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jueves, 27 de noviembre de 2014
martes, 28 de octubre de 2014
"V Jornadas de Historia de La Matanza"
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Mañana en el marco de las
"V Jornadas de Historia de La Matanza" a realizarse en la Universidad
Nacional de La Matanza (Auditorio Grande) a las 18 horas presentaremos al
Sociólogo ATILIO BORON dando su parecer erudito sobre
LATINOAMERICA HOY.
Los esperamos.
Se ruega difundir
Hilda Agostino
hildagos@hotmail.com
Los esperamos.
Se ruega difundir
Hilda Agostino
hildagos@hotmail.com
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lunes, 19 de mayo de 2014
"EL QUILOMBO DE LA AV. CAMPANA"
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Por Martin A. Biaggini –
Historiador.
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El volumen inmigrantes que ingresaban a nuestro país, constantemente
desde mediados del siglo XIX hasta finalizado el primer cuarto del XX,
significó que la población argentina se duplicara cada veinte años.
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En el padrón nacional, según el censo 1914 del INDEC, los nacidos fuera de la Argentina representaban un 30% del total de la población argentina. La mayoría de estos inmigrantes que se distribuyeron sobre la región Pampeana eran varones que venían a estas tierras en busca de mejores horizontes y dejaban en sus países de origen sus hogares constituidos o sus novias. Así, se hizo evidente la necesidad de crear burdeles o “casas públicas”, y se trajo para ese trabajo a mujeres francesas, italianas, españolas, polacas y hasta alemanas.
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En la esquina de las actuales Av. General Paz y a metros de Av. Crovara (Av. Campana y Av. Circunvalación en aquella época), se instala a principios de siglo XX uno de estos establecimientos, considerado entre los más grandes de la zona.
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La ubicación no fue al azar, esa esquina era la intersección de las dos vías que utilizaban los arrieros para transportar el ganado a pie hasta los mataderos municipales, o los de la Tablada. Sin obviar la cantidad de trabajadores de los mismos y las numerosas fábricas de sebo da la zona.
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Con el tiempo, el estado vio la necesidad de reglamentar dicho funcionamiento, por lo que en la Ordenanza Nro. 328 de junio de 1935 podemos leer: “Prorróguese hasta el 31 de diciembre de 1940 el termino de la concesión acordada por el H Concejo Deliberante el 5 de noviembre de 1932 con las señoras Liva Borestein y Liva Mairoven para la explotación de la casa de tolerancia que tienen instalada en la calle Pringles y Av. General Paz, del cuartel 3ro”.
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La demanda fue superior a la oferta, y se formaban en esos lugares largas filas de hombres que esperaban para satisfacer sus necesidades, por lo que los dueños de los prostíbulos, para evitar que los clientes se aburrieran y se fueran, contrataban grupos de músicos tríos formados por guitarra, violín y flauta- que amenizaban la espera. Ejecutaban la música conocida del momento: polcas, habaneras, cuadrillas, valses y mazurcas.
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En su libro “La Cueva del Chancho”, Geno Díaz escribía:
“Por aquella época Viequi escribía mucho según decía, y se permitía algunos lujos como el de tomar los sábados por la noche el colectivo azul y negro número 40 en Parque Patricios, acudiendo en busca de un rato de solaz y esparcimiento a los prostíbulos de la Av. Campana, junto a la fábrica de Jabón (se refiere al Jabón Federal)”
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Este lugar, según cuentan testigos, poseía numerosas habitaciones en las que se ejercía la prostitución, bar, parrilla, y un pequeño teatro en el que, no solo se ofrecían números musicales, sino también show de mujeres y travestidos.
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El autor Julián Centeya, conocido como el hombre gris de Buenos Aires, en su poema lunfa de su trabajo “Entre prostitutas y ladrones”, titulado “Lastima que va sola”, relata la llegada de su personaje, desde la zona de Mataderos, hasta Crovara y General Paz:
“ (…) Hecha la diligencia en el quilombo, Salí y caminando me fui hasta un boliche que quedaba pasando la casilla policial, que estaba justo en el límite entre la provincia y capital. El chelibo quedaba en una lomita, volviendo a la zurda, y para llegar a él, había que subir unos escalones de tierra, había palenque, mire de que tiempo les hablo…”
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Allí no solo paraban los arrieros y trabajadores de las fábricas vecinas, sino también se fueron haciendo famosos gran número de guapos y malevos. Estos conformaban un circuito con códigos propios, que muchas veces resolvía sus cuestiones por medio de la violencia, dejando algún que otro muerto.
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Estos, eran depositados generalmente (por cuestiones prácticas, de higiene, y para eludir a la ley) en un pasadizo que quedaba “a mano” y se ubicaba en lo que hoy es la calle Bolivia entre Crovara y Charlone, en Villa Insuperable. Este pasaje, que estaba conformado solamente por una arboleda a ambos lados del camino de tierra, era lugar propicio para deshacerse de estos cuerpos, lo que logró que, con el tiempo, se conociera al lugar como “El callejón de la muerte”.
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En el padrón nacional, según el censo 1914 del INDEC, los nacidos fuera de la Argentina representaban un 30% del total de la población argentina. La mayoría de estos inmigrantes que se distribuyeron sobre la región Pampeana eran varones que venían a estas tierras en busca de mejores horizontes y dejaban en sus países de origen sus hogares constituidos o sus novias. Así, se hizo evidente la necesidad de crear burdeles o “casas públicas”, y se trajo para ese trabajo a mujeres francesas, italianas, españolas, polacas y hasta alemanas.
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En la esquina de las actuales Av. General Paz y a metros de Av. Crovara (Av. Campana y Av. Circunvalación en aquella época), se instala a principios de siglo XX uno de estos establecimientos, considerado entre los más grandes de la zona.
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La ubicación no fue al azar, esa esquina era la intersección de las dos vías que utilizaban los arrieros para transportar el ganado a pie hasta los mataderos municipales, o los de la Tablada. Sin obviar la cantidad de trabajadores de los mismos y las numerosas fábricas de sebo da la zona.
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Con el tiempo, el estado vio la necesidad de reglamentar dicho funcionamiento, por lo que en la Ordenanza Nro. 328 de junio de 1935 podemos leer: “Prorróguese hasta el 31 de diciembre de 1940 el termino de la concesión acordada por el H Concejo Deliberante el 5 de noviembre de 1932 con las señoras Liva Borestein y Liva Mairoven para la explotación de la casa de tolerancia que tienen instalada en la calle Pringles y Av. General Paz, del cuartel 3ro”.
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La demanda fue superior a la oferta, y se formaban en esos lugares largas filas de hombres que esperaban para satisfacer sus necesidades, por lo que los dueños de los prostíbulos, para evitar que los clientes se aburrieran y se fueran, contrataban grupos de músicos tríos formados por guitarra, violín y flauta- que amenizaban la espera. Ejecutaban la música conocida del momento: polcas, habaneras, cuadrillas, valses y mazurcas.
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En su libro “La Cueva del Chancho”, Geno Díaz escribía:
“Por aquella época Viequi escribía mucho según decía, y se permitía algunos lujos como el de tomar los sábados por la noche el colectivo azul y negro número 40 en Parque Patricios, acudiendo en busca de un rato de solaz y esparcimiento a los prostíbulos de la Av. Campana, junto a la fábrica de Jabón (se refiere al Jabón Federal)”
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Este lugar, según cuentan testigos, poseía numerosas habitaciones en las que se ejercía la prostitución, bar, parrilla, y un pequeño teatro en el que, no solo se ofrecían números musicales, sino también show de mujeres y travestidos.
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El autor Julián Centeya, conocido como el hombre gris de Buenos Aires, en su poema lunfa de su trabajo “Entre prostitutas y ladrones”, titulado “Lastima que va sola”, relata la llegada de su personaje, desde la zona de Mataderos, hasta Crovara y General Paz:
“ (…) Hecha la diligencia en el quilombo, Salí y caminando me fui hasta un boliche que quedaba pasando la casilla policial, que estaba justo en el límite entre la provincia y capital. El chelibo quedaba en una lomita, volviendo a la zurda, y para llegar a él, había que subir unos escalones de tierra, había palenque, mire de que tiempo les hablo…”
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Allí no solo paraban los arrieros y trabajadores de las fábricas vecinas, sino también se fueron haciendo famosos gran número de guapos y malevos. Estos conformaban un circuito con códigos propios, que muchas veces resolvía sus cuestiones por medio de la violencia, dejando algún que otro muerto.
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Estos, eran depositados generalmente (por cuestiones prácticas, de higiene, y para eludir a la ley) en un pasadizo que quedaba “a mano” y se ubicaba en lo que hoy es la calle Bolivia entre Crovara y Charlone, en Villa Insuperable. Este pasaje, que estaba conformado solamente por una arboleda a ambos lados del camino de tierra, era lugar propicio para deshacerse de estos cuerpos, lo que logró que, con el tiempo, se conociera al lugar como “El callejón de la muerte”.
La antigua fábrica de Jabón Federal, sobre Av. Crovara.
Foto circa 1960, tomada desde altos de Av. Gral. Paz.
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lunes, 28 de abril de 2014
Lomas del Mirador: Cada pintor le da color al relato con la paleta de su memoria:
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Memorias de Águeda Macías, 80 años de residente en Lomas del Mirador.
Entrevistada por El Recopilador: 12/ 05/ 2011.
“Quiroga, así
se llamaba uno de los encargados del cuidado de la finca “El Monte Dorrego”, y
que abarcaba por entonces (1925) lo que hoy es la Av. San Martín, Perú, Olleros
y Cnel. Brandsen, aproximadamente. Y este Quiroga, montado a caballo, látigo en
mano y seguido de perros debía recorrer ese campo para correr a los chicos que
entraban a robar fruta o hacer algún destrozo en la siembra. Común era
correrlos en las siestas de verano cuando iban a robar jugosas sandías, como
tan común que muchos de esos chicos volviesen al caer la tarde a la casona del
capataz, enviados por sus madres, a
comprar la leche recién ordeñada. Y allí, entre caras de vergüenza y caras de
yo no fui, Don Quiroga los reconocía y
retaba, pero del mismo modo también les decía “cuando quieran fruta, vengan y pidan, nunca les será negada, pero no
rompan las cercas para entrar porque rompen y perjudican nuestro trabajo; y
porque desde chicos se tienen que acostumbrar a portarse bien y ser respetuosos…” Pero para los chicos, con permiso y todo,
siempre tenía más rico sabor la travesura de la fruta robada!”
Memorias de Águeda Macías, 80 años de residente en Lomas del Mirador.
Entrevistada por El Recopilador: 12/ 05/ 2011.
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IRMA CASABURI de CAINO recuerda conoció a su esposo Héctor
mientras presenciaban una función de circo. Héctor participó por varios años
como miembro de Comisión de la Sociedad de Fomento Lomas del Mirador. Esta
entidad estuvo a punto de cerrarse por el año 1970 y con esfuerzo vecinal se
logró su prosecución, siendo hoy la entidad más antigua que registra el partido
de La Matanza, nacida en 1912.
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Por aquellos
primitivos años, para salir a trabajar y a lo que fuese, desde Lomas del
Mirador, se caminaba por Provincias Unidas y luego por Juan B. Alberdi, de 15 a
30 cuadras, según, hasta la calle Tellier (actual Lisandro de la Torre), para
poder tomar el tranvía y luego el colectivo 49 que terminaba allí; años más
tarde el 49 llegó hasta Gral. Paz y luego ya entró a Lomas del Mirador.
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Cuenta Doña
Irma algunas cositas de la época, como el paso del “Masitero” llevando su gran
canasto al hombro que bajaba para la vista de los chicos y que por unas monedas
nos vendía unas masas alargadas, de unos 20 cm. De largo cubiertas con
riquísima crema pastelera.
Había también lecheros que arriaban su vaca por la calle y puerta a puerta
ordeñaban para la dueña de casa y también llevaban un tarro donde vendían
ricota.
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Pasaba
también un carrito de panadero tirado a caballo, pintado de rojo, de
Panificación Argentina, al que le conocimos los primeros panes lactales.
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Y venía un
italiano caminando, llevando sobre sus hombros una larga vara de la que a cada
extremo colgaba un canasto, vendiendo pescado “fresco”. ¿Y qué tan fresco
podría venir en días de verano cercano ya el medio día…?
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Entonces se
cocinaba sobre fogones o braseros, a carbón o a leña. En invierno se usaban
viejas palanganas de latón donde se colocaban algunas brasas y ello eran las
estufas que conocíamos.
Por los años ’40 / ‘50 conocimos los calentadores Primus, a kerosén y los más
pudientes las cocinas con horno, pero cuando se carbonizaban los gasificadores
y los había que desarmar para limpiar… la comida resultaba desagradable por el
olor que impregnaba el kerosén.
Quienes tenían solo calentador podían poner arriba un horno de lata, redondo,
donde se podían hacer algunos bizcochuelos, aunque no siempre sabían bien. La
garrafas con gas licuado comenzaron a aparecer por los años ’60 y años más
tarde, para algunos barrios, fue llegando el gas por red de tuberías.
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En los
primeros años el agua la obteníamos de la segunda napa utilizando bombas de
mano, para los chicos una pesada palanca de hierro que había que subir y bajar
varias veces para obtener chorros de agua fresca. Los más pudientes suplían la
bomba de mano con motobombeadores a nafta o eléctricos.
IRMA CASABURI de CAINO, nacida en Lomas del Mirador en 1931.
Últimos años residente en Ramos Mejía. Entrevistada por El Recopilador 12/ 05/
2011.-
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